“…no me rindo” La Santísima Virgen no se rinde, no se da por vencida. Es como si dijera, no me rindo pese a que no me escuchan; a que leen mis mensajes pero no cambian; a que algunos y no pocos, en mi Iglesia me ignoran y se cuestionan cómo puede ser que hable tanto, que venga por tanto tiempo. Estas tres palabras, “no me rindo”, encierran ya el futuro triunfo de nuestra Madre celestial.
“Deseo a mis hijos conmigo en la vida eterna… que obtengan (alcancen) la salvación eterna” Porque nos ama como nos ama nos quiere con Ella. En tiempos en que salvación es un término que se usa sólo para esta vida y que el alma es sustituida por el cuerpo, tanto que la preocupación principal es la salud (1) y el gimnasio se ha convertido en el lugar de culto masivo; cuando no se habla de justicia de Dios y, por tanto, de infierno porque se llega a decir que está vacío y que todos se salvan, la Madre de Dios manifiesta que su preocupación es la salvación de todos y especialmente de esos hijos suyos que van hacia la condenación, y por eso viene a recordarnos que lo que cuenta es la eternidad. Su deseo, el que alcancemos la salvación por y en su Hijo Jesucristo, único Salvador de los hombres, es la razón de su venida.
“Deseo darles a conocer a mi Hijo… que experimenten la alegría de la paz” Jesucristo es quien nos salva de la muerte eterna y ya desde aquí nos da su paz que es plenitud y da alegría a nuestra vida.
“Oro para que superen las debilidades humanas. Oro a Mi Hijo, para que les conceda corazones puros… Oro para que conozcan la luz de la verdadera fe que viene sólo de los corazones puros” Y Ella reza y reza. Ora para darnos fuerzas y así superar nuestras debilidades y miserias que nos tienen atados y nos hacen incapaces de avanzar, esas también que nos hacen caer una y otra vez. Esas debilidades y grietas de las que se vale el Enemigo para ahondándolas hundirnos y esclavizarnos.
Ella, nuestra Madre, nos fortalece y realza. Satanás busca constantemente destruirnos, llevarnos al conflicto, al odio, al resentimiento y la tristeza, y a la total oscuridad y desesperación. Es el Padre de la mentira que primero hace creer que no existe ni el pecado, ni él, ni el infierno y, Acusador, pone en las mentes que la Iglesia es la represora y oscurantista ya que no deja hacer lo que cada uno quiera, la que cercena la libertad del hombre. Que no se puede decir a la gente lo que tiene que hacer, que hay católicos adultos que no deben hacer lo que les diga el Magisterio de la Iglesia… Luego cuando consigue su objetivo de muerte y hace un deshecho humano de la persona, le dice que ya no tiene salvación, que su vida es un total fracaso y que lo mejor es acabar cuanto antes matándose.
La Santísima Virgen nos trae la paz y la alegría, la felicidad ya en esta tierra porque nos lleva a su Hijo que cambia nuestras vidas. Para su Hijo, a quien no importa cuánto y por cuánto tiempo un alma haya caído en lo más profundo del mal, ninguna vida está perdida y, a quien lo busca sinceramente, le da la salvación, lo purifica, le devuelve la dignidad perdida y cambia su tristeza y llanto en canto de júbilo. Jesucristo purifica nuestros corazones y nos vuelve capaces de encontrarnos con Él en cada oración. De la oscuridad pasamos a la luz de la verdad de la fe, de la verdad del amor y de la vida.
¡Cuántas veces en estos más de treinta años la Reina de la Paz nos ha invitado a la oración y al ayuno! Son ya incontables. Y en todas, si se mira bien, el énfasis va más allá de la práctica de la oración y el ayuno, va directamente al corazón. Oración y ayuno son medios pero lo que nuestra Madre quiere, lo que Dios busca de nosotros, es el corazón. El corazón es lo más profundo e íntimo de la persona. A ese corazón nuestro, con tantas oscuridades, con tantas dobleces, con tantas cobardías y negaciones, sólo lo puede hacer puro el Señor.
El Santo Cura de Ars recordaba que en la unión con Dios, que es la verdadera oración, el corazón puro experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente rodeado de una luz admirable. Se produce la intimidad con Dios y por ella viene una felicidad inefable.
"solo los corazones puros saben cómo llevar la cruz y saben cómo sacrificarse por todos los pecadores que han ofendido al Padre Celestial y que también hoy lo ofenden, porque no lo han conocido” También decía san Juan María Vianney que nuestro corazón es pequeño pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. Ese amor se vuelve celo por su gloria y dolor por cada afrenta que se comete contra Él. Entonces, el amor a Dios se manifiesta en reparación e intercesión por aquellos que lo ofenden.
La pureza del corazón implica sacrificarse por amor, como nos los muestra el ejemplo de los pastorcitos de Fátima. El corazón puro es el corazón amante que soporta la cruz con dignidad, alegría y generosidad. Es el corazón que sabe que el dolor ofrecido tiene valor de corredención.
“De este modo, todos aquellos que les están cerca experimentarán el amor de Mi Hijo” Sí, la Virgen ora a su Hijo para que nos conceda esa pureza, esa transparencia. Pureza es la que deja penetrar la luz de la verdad, de la fe, de la belleza, del amor y que no permite ser enturbiada ni por el engaño, ni por ningún sentimiento negativo. El corazón puro vuelve luminosa a la persona. La vuelve translúcida a la Luz, que es Jesucristo. El corazón puro es orante y adorante impregnado del perfume de Dios. Perfume que otros perciben.
“Oren por aquellos que mi Hijo ha elegido, para que les guíen por el camino de la salvación. Que vuestra boca esté cerrada a todo juicio sobre ellos”
La misma exhortación de anteriores mensajes: orar por los sacerdotes, no criticarlos. No es que los sacerdotes seamos inobjetables o que tengamos patente de impunidad y por eso no hay que criticarnos. No se trata de eso. Diría que de lo contrario: en la misma persona suele el buen grano mezclarse con la cizaña y junto a encomiables acciones pastorales y a grandes desprendimientos vemos que somos objetables, hacemos cosas que no están bien. Sin ir a los grandes escándalos siempre lamentables pero que no involucran a la mayoría de los sacerdotes, hay siempre motivos y situaciones que no son las que deberían ser. Hacer acepción de personas, caer en la rutina, no ser lo espiritual que se debería y aparecer mundano, tener arranques de impaciencia, no estar siempre disponible para quien lo necesita, cerrar la iglesia al culto, descuidar de la liturgia y tantas otras cosas. Pues sí, todo esto y lo que cada uno pueda agregar. Sin embargo –y esto es válido para cualquier persona no sólo para los sacerdotes-, la crítica no hace bien a nadie, ni al que critica ni al criticado. Pero además, los sacerdotes -más que los demás mortales- llevan un tesoro en una vasija de barro. ¿Qué significa esto? Que junto a la fragilidad humana está la dignidad única del sacerdocio, que hace de un hombre otro Cristo. El sacerdote no se pertenece a sí mismo, pertenece a Otro. Desde su ordenación no es el quien vive sino Cristo que vive en él. El sacerdote es responsable del anuncio de la fe en su integridad y exigencias y quien debe ayudar a los demás a conocer y a amar a Dios. El sacerdote posee una dignidad única y actúa en la persona de Cristo realizando lo que ningún hombre podría hacer: la consagración del pan y del vino para que sean realmente la presencia del Señor, la absolución de los pecados. El Señor se hace presente por medio de su sacerdote, de esa persona que Él mismo ha elegido, como nos lo recuerda nuestra Madre Santísima. Cristo resucitado por medio de los sacerdotes enseña, santifica y gobierna. Los sacerdotes son un gran don para la Iglesia y para el mundo. Sin sacerdocio no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay Presencia del Señor, ni hay Iglesia. A través del ministerio sacerdotal el Señor continúa salvando a los hombres y a hacerse presente y a santificar. En medio de la oscuridad y la desorientación trae la luz de la Palabra, que es Cristo. Enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo. Como recordaba el Santo Padre, el sacerdocio es respuesta a la llamada del Señor, a su voluntad, para llegar a ser anunciadores no de una verdad personal, sino de su verdad. Por eso, los fieles tienen que estar cerca de sus sacerdotes, cerca con la oración y con el sostén, sobre todo en momentos de dificultad, para que ellos puedan ser siempre pastores según el corazón de Dios.
Finalmente, aún cuando Dios en su juicio será necesariamente exigente para con los sacerdotes ya que “a quien mucho se dio mucho se le pedirá”, es al mismo tiempo celoso de sus elegidos (2). Por eso, a “cerrar la boca y no enjuiciar a los sacerdotes” y a abrir el corazón a la oración por ellos".
P. Justo Antonio Lofeudo
http://www.mensajerosdelareinadelapaz.org/
(1) Salud y salvación tienen la misma raíz etimológica: salus/salutis. (2) Sugiero releer el episodio protagonizado por Aarón y Miriam y Moisés su hermano, relatado en el capítulo 12 del libro de Números.
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