Dios habla al hombre. Siempre lo hace. Desde la Creación. Lo hace continuamente. Lo tenemos a nuestro lado. Precisamente su obra inicial, la naturaleza, son sus primeras palabras. Y no se han gastado, ni han envejecido, ni se las ha llevado el viento. Son eternas. A pesar de tantos milenios, ahí continúan, intactas, hablándonos de Él, de su inmensidad, como las cataratas de Iguazú (en la foto). Esa agua que se derrama es símbolo de su Amor infinito que quiere saciar nuestra sed de amor y de su infinita capacidad para crear vida en medio de nuestros sufrimientos que nos la quitan. Todo en Él es así. Desborda al hombre con belleza e inmensidad, como en un reflejo de lo que nos espera a su lado, cuando partamos hacia la morada eterna. Eso sí, siempre que aceptemos su perdón y su amor... porque nos ha hecho libres. También lo somos para rechazarlo y no aceptar su Misericordia. Por tanto, aquel que se acerca a sondear y conocer la estructura y el orden de la naturaleza, realmente esta "tocando" a Dios. Es como si entrara en sintonia con el lenguaje y la naturaleza de Dios. Y, de nuevo, aquí vemos juntos a la ciencia y a la fe. La Virgen Maria ha hablado de ésto:
"¡Queridos hijos! También hoy los invito a que en los colores de la naturaleza glorifiquen a Dios Creador. El les habla incluso a través de la flor más pequeña acerca de su hermosura y de la profundidad del amor con el cual los creó. Hijitos, que vuestra oración brote del corazón como agua fresca de manantial. Que los campos de trigo les hablen sobre la misericordia de Dios hacia cada creatura. Por lo tanto, renueven la oración de agradecimiento por todo lo que les da. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!" (Mensaje de la Virgen en Medjugorje el 25 de Agosto de 1999)
Recientemente he leído un mensaje de Benedicto XVI que habla de estas cosas:
"La Biblia nos habla de la creación como del primer lenguaje a través del cual Dios -que es suma inteligencia, que es Logos- nos revela algo de sí mismo. El libro de la Sabiduria, por ejemplo, afirma que los fenómenos de la naturaleza, dotados de grandeza y belleza, son como las obras de un artista, a través de las cuales, por analogía, podemos conocer al Autor de la creación (cf. Sb 13,5).
Con una similitud clásica en la Edad Media y en el Renacimiento, el mundo natural puede compararse con un libro escrito por Dios, que nosotros leemos según los distintos enfoques de las ciencias (cf. Discurso a los participantes en la asamblea plenaria de la Academia pontificia de las ciencias, 31 de octubre de 2008).
¡Cuántos científicos, siguiendo los pasos de san Alberto Magno, han llevado adelante sus investigaciones movidos por asombro y gratitud frente al mundo que, a sus ojos de estudiosos y creyentes, se presentaba y se presenta como la obra buena de un Creador sabio y amoroso! El estudio científico se transforma en un himno de alabanza. Lo habia comprendido muy bien un gran astrofisico de nuestros tiempos, cuya causa de beatificación se ha incoado, Enrico Medi, el cual escribió: "Oh, vosotras, misteriosas galaxias..., yo os veo, os calculo, os entiendo, os estudio y os descubro, penetro en vosotras y os recojo. Tomo vuestra luz y con ella hago ciencia; tomo el movimiento y hago de él sabiduria; tomo el destello de los colores y hago de él poesia; os tomo a vosotras, estrellas, en mis manos, y temblando en la unidad de mi ser os elevo por encima de vosotras mismas, y en oración os presento al Creador, que vosotras sólo podéis adorar a través de mí" (Le opere. Inno allla creazione)
San Alberto Magno nos recuerda que entre ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorre, mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad" BENEDICTO XVI. Catequesis sobre San Alberto Magno en la audiencia general del miércoles 24 de marzo de 2010
"¿Cómo lo conocieron? A partir de las cosas que hizo. Pregunta a la hermosura de la tierra, pregunta a la hermosura del mar, pregunta a la hermosura del aire dilatado y difuso, pregunta a la hermosura del cielo, pregunta al ritmo ordenado de los astros; pregunta al sol, que ilumina el día con fulgor; pregunta a la luna, que mitiga con su resplandor la oscuridad de la noche que sigue al día; pregunta a los animales que se mueven en el agua, que habitan la tierra y vuelan en el aire; a las almas ocultas, a los cuerpos manifiestos; a los seres visibles, que necesitan quien los gobierne, y los invisibles, que lo gobiernan. Pregúntales. Todos te responderán: 'Contempla nuestra belleza' Su hermosura es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la belleza inmutable?" SAN AGUSTIN, Sermón 241, 2
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