"El hombre vive de las palabras que le habitan. Nuestra memoria, consciente o inconsciente, es como un almacén de palabras, que inducen nuestras conductas y modelan nuestra identidad. Todos llevamos en nuestro interior un discurso más o menos consciente, que tiene un papel determinante en nuestras relaciones con el mundo, con nuestros semejantes y con nosostros mismos. Esas palabras y discursos se han injertado en nuestras vidas por caminos muy distintos: las palabras que nos han dicho cuando éramos pequeños y que quedaron grabadas en nosotros; la serie de creencias o de convicciones que nos hemos formulado en reacción a acontecimientos que han marcado nuestra historia personal; palabras que provienen de nuestra educación, de nuestro ambiente cultural; son también fragmentos de ese raudal continuo de frases que vehiculan la vida social y los medios de comunicación y que han conseguido alojarse en nuestra memoria más profunda. Esas palabras pueden adquirir la forma de convicciones (Por lo tanto...), de mandatos (Debes...), de prohibiciones (No tienes que...) La mayor parte del tiempo nos perjudican, nos encierran y nos paralizan...Nunca conseguiré, No soy mas que un inútil, La vida es un desastre, Nadie me comprende...Podríamos hacer un catálogo interminable. Esas frases nos desconectan de nosotros mismos y de la realidad, falseando nuestra relación con el mundo y con los demás.
Y al contrario, la lectura frecuente de la Sagrada Escritura tiene un efecto liberador y benéfico, pues poco a poco la Palabra de Dios llega a habitar en nosotros. Meditada incesantemente, interiorizada en el corazón, desactiva esas frases negativas reemplazándolas con palabras de confianza y ánimo: "¡Todo lo puedo en aquel que me conforta!" (Flp 4, 13); "¡Nada hay imposible para Dios!" (Lc 1,37); "¡Tú eres mi hijo amado!" (Mc 1, 11) La Palabra de Dios es fundamentalmente una palabra de esperanza. Es también una palabra de verdad: introduce en una relación recta con Dios, con el mundo, con los demás y con uno mismo. Purifica de las faltas de fe, de esperanza y de amor, así como de los malos pensamientos que manchan y oscurecen el corazón (...) Así se accede a la vida y a la libertad: aprendiendo a vivir no con ese raudal de palabras negativas que nos habitan, sino con el estímulo y la riqueza de la Palabra de Dios" JACQUES PHILIPPE Llamados a la vida (2008)Ediciones RIALP. Colección Patmos
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