EL CIELO NOS HABLA EN MEDJUGORJE
"Yo he venido a llamar al mundo a la conversión por última vez" ( 2/05/1982)
"Queridos hijos: orad conmigo para que todos vosotros tengáis una vida nueva. En vuestros corazones, hijos míos, sabéis lo que hay que cambiar: regresad a Dios y a sus mandamientos para que el Espíritu Santo pueda cambiar vuestras vidas y la faz de esta tierra, que necesita de una renovación en el Espíritu" Mensaje del 25 de mayo de 2020.

Somos lo que miramos. El ojo, una ventana directa al alma

  ¿Pensamos alguna vez que miles de imágenes entran diariamente en nuestro interior más profundo sin que podamos controlar su entrada? El ojo es una de las pocas ventanas abiertas continuamente a nuestro interior sobre la que no tenemos control. Posiblemente recordemos algunas circunstancias en la que una imagen terrorífica o muy desagradable nos ha hecho cerrar los ojos o apartar la mirada. Esto demuestra que tenemos control sobre la mirada, pero no es absoluto: la primera imagen que hemos visto ya ha entrado en nuestro interior y se va directamente a nuestra memoria. También a nuestra alma. Y allí deja una marca. 

La marca en la memoria es algo difusa, pero evoca fácilmente al objeto mirado. Pero la marca en el alma deja una huella mucho más profunda. No sólo es gráfica, sino que va acompañada de emociones, sentimientos e instintos. Por así decirlo, su evocación desencadena en nosotros muchas reacciones psicológicas, probablemente con las mismas características y casi intensidad que la reacción que tuvimos al observar la imagen inicial. El símil más parecido lo encontramos en aquel aroma que muchos años después de haberlo olido por última vez nos evoca bruscamente las imágenes a las que iba asociado.

  Nos encontramos, por tanto, ante dos ventanas permanentemente abiertas sobre las que no tenemos todo el control. El problema de estas ventanas es que no le damos importancia a la mirada porque pensamos que la podemos controlar, pero realmente no es así. ¿Podemos apartar la mirada de un objeto o una persona seductora? ¿Podemos apartar la mirada de un postre irresistible?  ¿Podemos apartar la mirada de una imagen o un suceso morboso? ¿Podemos apartar la mirada de nuestra adicción: el tabaco, el futbol, el chat, la pornografia, etc? Creemos que somos dueños de nuestra mirada, pero no lo somos. Y creemos que somos libres porque elegimos lo que vemos, pero realmente no es así. Realmente algunas personas, objetos o hábitos nos han cautivado previamente y nos hemos habituado a ellos. Posiblemente hemos elegido al principio, pero ya no somos libres para dejarlo, justificándonoss puerilmente con la pregunta ¿por qué tengo que dejarlo? La pregunta, más que una afirmación de la libertad individual, encubre la incapacidad para decir que no. Por tanto, dicha persona se quedará al descubierto cuando le preguntemos ¿Puede usted dejar de fumar los días que yo le diga? ¿Puede dejar usted de ver su programa favorito los días que yo le diga? ¿Puede usted dejar de chatear los días que yo le diga? No reconocerá que no puede hacerlo. Nos dirá simplemente: ¿para qué dejar algo que me gusta?

   El problema de estas adicciones, como toda dependencia, no és solo que han creado una esclavitud, sino que nos roban muchos segundos de nuestra vida y que, en este caso, nos inundan de imágenes nuestra alma y nuestra mente. El problema mayor surge cuando estas imágenes cobran vida propia en nuestro interior, de manera que se trasladan a nuestra conducta. Es decir, se asimila en nosotros lo que vemos. Y, de alguna manera, nos convertimos en ello.

  Citaré un ejemplo burdo: si usted es aficionado a los programas de telebasura probablemente se haga igual de soez que muchos de los famosillos que aparecen en ellos. Probablemente ya era igual que ellos y, por tanto, ahora se encuentre en su hábitat natural. Pero a lo mejor usted piensa que no es como ellos y nunca lo será. Pero no se extrañe, algo se le pegará porque se alimenta diariamente de sus ordinarieces, chabacanerias, groserías, violencias, faltas de respeto y de educación. Usted consume diariamente toneladas de imágenes soeces y basura que tarde o temprano, cuando menos se lo espere, pasarán a su conducta. El problema es que acabará viendo como normal lo que no lo es. Usted me argumentará que dichas actitudes groseras son más comunes y habituales de lo que este pretencioso bloguero piensa, pero yo le diré que pese a que sean frecuentes, siguen sin ser normales. Lo frecuente no tiene porqué ser natural o normal. 

 Y ahora cito un ejemplo que contrasta con el anterior. Si cada día dedicamos un rato a contemplar al Señor, ante el sagrario o en la Eucaristia, poco a poco nos transformaremos en Él y nos haremos santos, como Él. Cristo nos inundará del Espíritu Santo, de Sus actitudes, de Sus palabras, de Su mirada, de Sus sentimientos. Y cuando menos se dé usted cuenta, repetirá una actitud de Jesús. Un buen día mirará a su enemigo como nunca lo había mirado antes, viendo el profundo sufrimiento que hay en su interior. Un buen día podrá perdonar a su marido, a su mujer, a sus padres, a sus hijos o a sus suegros/cuñados sin saber porqué. Lo hizo porque la imagen de Jesucristo resucitado ha pasado a su alma. Pero no sólo su imagen lo ha hecho. Ha entrado Él mismo en usted y ha acabando pasando a su conducta. En definitiva, ha hecho morada en su interior. 


 Ante estas reflexiones sólo nos cabe meditar: ¿a dónde dirigimos nuestra mirada cada día?


  "La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está luminoso; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad" (Lc 11, 34s)

  "Hay que ayunar de miradas. El ayuno será un guardián en los ojos, esas ventanas por las que entran tantas cosas, para que no vea el mal, sino el bien. Porque todo lo que veo se deposita en mi corazón y deja poso. Si veo cosas malas, mi corazón sentirá cosas malas" PADRE JOZO ZOVKO. Extracto de la entrevista del libro Medjugorje, de Jesús García. Editorial Libros Libres

  "El silencio de los ojos nos ayudará a ver a Dios. Nuestros ojos semejan dos ventanas por las cuales puede entrar Cristo o el mundo. A veces necesitamos coraje para mantenerlos cerrados. Mantengamos el silencio del corazón. Como la Virgen, que todo lo conservaba en su corazón" MADRE TERESA DE CALCUTA. La alegria de darse a los demás Editorial San Pablo, 1978

Nota relacionada en el blog:
El hombre vive de las palabras que le habitan

No hay comentarios: