Un día sentí que el amor que Jesús me tiene es tan grande que yo podría comenzar a tener detalles con esta persona que me está enamorando progresivamente. Posiblemente la idea me vino de algo que yo había leído en el pasado y que ahora afloraba en mi interior, pero desconozco su origen.
Pensé que todavía no estoy capacitado para devolverle el mismo amor que Él me regala: fidelidad a pesar de mis infidelidades con otros dioses, perdón de mis pecados, misericordia infinita... Él me conoce de sobra y sabe todas mis limitaciones. Por tanto, supuse que lo que más le agradaría serian las pequeñas renuncias que yo le pudiera dedicar. Porque esas pequeñeces serían grandes regalos para Él. Y pensé simbolizar esas renuncias como pequeñas flores espirituales que le enviaba a mi amado al cielo cada vez que las ponía en práctica. Con ellas, pensé, podré hacer un pequeño y bello jardín en el cielo dedicado exclusivamente para Él. A partir de entonces, empecé a enviar algunas pequeñas flores hacia lo alto. En cada envío, le ponía forma, color y tamaño a la flor al tiempo que la remitía a mi Amor.
La vivencia de este pequeño jardín es de lo más bello que espiritualmente he vivido en los últimos tiempos, porque me ha servido para acrecentar mi intimidad con Él. Pero hay algo más. Poco después de esta revelación, me llegó otra más. Pensé que si algún día llegaba a conocer ese jardín del cielo, seria maravilloso ver cada una de esas florecillas, una junto a otra, formando un pequeño jardín reflejo del pequeño amor de un hombre a su Dios. Y entonces pensé que, si llegara allí, sería un buen oficio dedicarse a cuidar ése jardín y recoger las florecillas que otras almas prendidas del amor a Jesús enviaban desde la tierra. Y, junto con los ángeles, ir preparando también el jardín de dichas almas enamoradas. Como yo no podría con todo este trabajo, supongo que habría más jardineros como yo. No lo sé. Pero me encantaría ser un jardinero del cielo.
Para rematar esta vivencia espiritual tan encantadora, he encontrado la que vivió Santa Teresita del Niño Jesús (probablemente la que mi memoria me inspiró, no lo sé bien) Le cedo a ella la palabra:
"¿Pero cómo podrá demostrar él su amor, si el amor se demuestra con obras? Pues bien, el niñito arrojará flores, aromará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del Amor...
Sí, amado mío, así es como se consumirá mi vida... Yo no tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor...
Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola que no deshoje para tí... Y además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger mis flores entre espinas, y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas.
¿Y de qué te servirán, Jesús, mis flores y mis cantos...? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin ningún valor, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán.
Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y, pasándolas por tus divinas manos, oh Jesús, esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijito, arrojará también ella esas flores -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito- arrojará esas flores sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerla alcanzar la victoria..." SANTA TERESA DE LISIEUX Historia de un alma. Manuscrito B. Editorial Monte Carmelo (2003)
Procesión del Corpus Christi en Valencia (Junio 2010) |
También he encontrado la experiencia de otra santa en el mismo sentido. Se trata de Santa Faustina Kowalska. Lo describe en su Diario. La Divina Misericordia en mi alma:
"Un día en el noviciado, cuando la Madre Mestra me había destinado a la cocina de las niñas, me afligí mucho por no estar en condiciones de cargarcon las ollas, que eran enormes. Lo más difícil para mí era escurrir las patatas, a veces caía la mitad de ellas. Cuando lo dije a la Madre Maestra me contestó que poco a poco me acostumbraría y adquiriría práctica. No obstante, esta dificultad no desaparecía ya que mis fuerzas iban disminuyendo cada día y debido a la falta de fuerzas me apartaba cuando venía el momento de escurrir las patatas. Las hermanas se dieron cuenta de que evitaba ese trabajo y se extrañaban muchisimo; no sabían que no podía ayudarles a pesar de empeñarme con todo fervor y sin ningún cuidado para mí misma. Al mediodía, durante el examen de conciencia me quejé al Señor por la falta de fuerzas. De repente oí en el alma estas palabras: A partir de hoy te resultará muy fácil. Aumentaré tus fuerzas. Por la noche, cuando vino el momento de escurrir las patatas corrí la primera, confiada en las palabras del Señor. Cogí la olla con facilidad y las escurrí bastante bien. Pero cuando quité la tapadera para hacer salir el vapor, en vez de patatas vi en la olla ramilletes de rosas rojas, tan bellas que es difícil describirlas. Jamás había visto semejantes. Me quedé sorprendida sin entender su significado, pero en aquel momento oí una voz en mi alma: Tu pesado trabajo lo transformo en ramilletes de las flores más bellas y su perfume sube hasta Mi trono. Desde ese momento traté de escurrir las patatas no solamente durante la semana asignada a mí en la cocina, sino que trataba de sustituir en este trabajo a otras hermanas durante su turno. Pero no solamente en este trabajo, sino en cada trabajo pesado trataba de ser la primera en ayudar, porque había experimentado cuánto eso agrada a Dios" SANTA MARÍA FAUSTINA KOWALSKA. Diario. La Divina Misericordia en mi alma. Primer Cuaderno. Párrafo 65. Ediciones Levántate (2003)
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