El ser humano a veces se siente así. Un punto diminuto en medio de la inmensidad. Casi inapreciable. Una cosa imperceptible, que pasa inadvertida para todos. Un ser solo. Ese sentimiento respecto a los demás tambén es similar respecto a Dios. Se siente muy pequeño ante Él. Tan pequeño, tan pequeño, que piensa que Dios ya no se fija ni se fijará más en él: Dios le ha olvidado. Pero hay un problema añadido: es que esta persona se siente sola entre una multitud. Éso hace que pase más desapercibida todavía. El hombre acaba viéndose como un grano de pimienta en medio de muchos otros dentro de un mismo saco, atrapado en él. Ahí ya es imposible reconocerlo. De ahí ya no se puede salir. Es uno más. Y nada más ¿Qué sentido tiene su vida?
El problema principal de esta persona no es que sea pequeña. Tampoco es que viva en medio de muchos como ella, en una sociedad en la que pase desapercibida. Su problema es que ha perdido el sentido trascendente/vertical de su vida. Cuando ha perdido el vínculo con Dios, la visión de su vida ha aterrizado bruscamente, se ha achatado, se ha hecho horizontal: se ha hecho "mundana", es decir, al nivel del mundo. A partir de entonces todo se reduce a un sólo plano: el exclusivamente humano. El hombre ha dejado de mirar al cielo. Ya no mira hacia arriba, como buscando su origen, en un intento de clamar al autor de su vida. La existencia de esta persona se ha diluído en medio de otras existencias a su alrededor, a las que acaba viendo como enemigas. Son como manchas de aceite que amenazan con tocarle, absorberle, diluirle, disgregarle, hacerle desaparecer. La persona vive irremediablemente condenada a vivir a la defensiva de los otros que le amenazan con quitarle el poco espacio vital que tiene.
Entonces este hombre lucha como puede para salir, para sobresalir, diferenciarse, hacerse ver, escapar de la homogeneidad. Ser diferente a toda costa. Y a cualquier precio. Pero lo que no sabe es que ya lo es. Que es diferente a todos. Que es único e irrepetible. Que es alguien extraordinario en medio de todo lo ordinario. Que su vida es maravillosa porque és única, es irrepetible. Nadie la puede vivir en su lugar. Y todo, porque Alguien se la dió para que la viviera en plenitud. El hombre que ha cortado el vínculo con Dios no sabía que Él sí se fija en su vida. No sabía que a Él sí le importa su vida. Y, lo más importante, que Dios no ve a este grano de pimienta como a algo insignificante, cuya existencia no distingue de las demás que la rodean. Lo que no sabe es que Dios lo ve así:
Ésta es la visión microscópica de un grano de pimienta. Es la misma visión que tiene Dios sobre el hombre. Una visión que sólo puede tener Él: la que reconoce todos y cada uno de los detalles de su creación. Lo conoce porque Él lo ha hecho. Y le importa su vida porque Él la ha creado. Si no le importara, no la había creado. La persona que se desencantó con Dios no sabe que Él le mira cada día así, desde que se levanta de la cama hasta que vuelve a ella. Él mira cada detalle de su vida y conoce cada sentimiento y sufrimiento de su interior. El hombre no le es ajeno. A Dios le importa la vida del hombre. El problema es cuando éste no se lo cree. Sólo cuando el ser humano descubre que fue creado por Amor para vivir una vida en la que aprenda a amar y a dejarse amar, entonces, y sólo entonces, será capaz de descubrir que Dios se fija en él todos los días y Él es el único que puede amarle cada día como él necesita. El hombre que descubre que es un ser único en el vidrio de la muestra de un microscopio que Dios mira con detenimiento y sobre el que proyecta su luz es un ser feliz, que se siente amado como un hijo único y que vive su existencia en plenitud. Aunque viva rodeado en medio de una multitud.
"En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza estan todos contados" Mt 10, 30
"En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza estan todos contados" Mt 10, 30
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