El hombre moderno nihilista es un ser de naturaleza infantiloide que se atrevió a jugar una partida de ajedrez decisiva sin saber las reglas del juego. Lo que no sabía era que lo que se jugaba no era un rey de marfil, sino su propia vida.
El hombre fruto de la cultura nihilista y relativista de hoy es infantil por voluntad propia: abandonó a su Padre y a su Madre (Dios y la Iglesia), renunciando a ser educado por ellos y crecer en sabiduria, a conocer las reglas del juego de la vida, la ley natural.
Creyó que podia emanciparse cuando aprendió a ponerse los pantalones. A partir de ese momento "hizo su vida" y se lanzó a la audaz aventura de jugarse la partida de ajedrez de su vida sin dejar que su Padre le enseñara las reglas. Rechazó su ayuda porque pensó que queria limitarle su libertad, cuando lo que su Padre pretendia era ayudarle a entender el sentido de la "batalla" que iba a librar y advertirle que no se trataba de un juego más, sino que en ella se jugaba la vida. La vida eterna.
Y el niño "crecido" física y anímicamente, liberado de sus padres, se lanzó al tablero de la vida huérfano de consejo y fortaleza, pero inflado de autosuficiencia. Alguien le habia comentado que la reina era la pieza más importante, por ser la que tenia más capacidad de movimiento y de superación de los rivales. Por tanto, el niño, sin pensárselo dos veces, empezó la partida moviendo sus peones para abrir paso a la reina, con la que pretendia "arrasar" a las piezas del adversario. Fue una jugada suicida, propia de un inconsciente, que a la primera de cambio, al inicio de su vida independiente en medio del tablero, perdió de un plumazo su pieza más importante: la Reina de los dones, la Sabiduria. En lugar de reservarla en la retaguardia, planificando todos sus movimientos para que ella actuara en los momentos decisivos, la "perdió" a manos de un caballo adversario simplemente por no saber que los jacos eran las únicas piezas del tablero que hacian una inflexión en su movimiento. Tocado.
Hasta ese momento, el niño no se habia dado cuenta de que jugaba con piezas negras, que auguraban su fatal destino. Con la pérdida de la Reina, el niño se quedó desnudo y más vulnerable que nunca, desorientado y moviéndose a impulsos instintivos. A diferencia de un tal Adán, su predecesor en la partida, no se dió cuenta de su desnudez, es decir, de su debilidad, y continuó su partida suicida y delirante.
No entendia nada. Cada vez que perdia un peón o cualquier otra pieza se enfurecia coléricamente, dando manotazos para derribar él mismo con sus manos las fichas del adversario que no habia sabido conquistar con el juego. En vez de conquistar piezas (entender los acontecimientos adversos, asumirlos y superarlos) las destruía (se rebeló contra las adversidades, las rechazó y trató de cambiar infructuosamente los acontecimientos, llegando incluso a manipular, ofender o incluso agredir a los demás) En este camino, "derribó" (que no conquistó) un buen número de piezas: hermanos, amigos, compañeros de trabajo, clientes, conocidos, esposa, marido, suegros, cuñados, vecinos...
En su lucha en solitario atacó lo más sagrado, a él mismo. Deformó su cuerpo, quitó de él lo que no le gustaba, lo rellenó con lo que pensaba que tenia derecho a tener y lo acabó convirtiendo en una gran plastilina desproporcionada. Se grafiteó la piel con tatuajes para ser original pero aumentaba su ansidedad cuando salía a la calle y todo el mundo llevaba las mismas grecas, espirales o caracteres chinos que él. Esos dibujos eran una muestra de la mayoria de sus decisiones: irreversibles, imborrables, con punzadas dolorosas y huellas a la vista de todo el mundo, menos de él. El niño colérico acumulaba cada vez más rencor contra todo aquello que le llevara la contraria y que le recordara que era un ser que no podia controlar la partida, no podia controlarlo todo. Seguia sin poder controlar su vida. Y el inexorable paso del tiempo le dejaba cada vez menos espacio.
En su lucha en solitario atacó lo más sagrado, a él mismo. Deformó su cuerpo, quitó de él lo que no le gustaba, lo rellenó con lo que pensaba que tenia derecho a tener y lo acabó convirtiendo en una gran plastilina desproporcionada. Se grafiteó la piel con tatuajes para ser original pero aumentaba su ansidedad cuando salía a la calle y todo el mundo llevaba las mismas grecas, espirales o caracteres chinos que él. Esos dibujos eran una muestra de la mayoria de sus decisiones: irreversibles, imborrables, con punzadas dolorosas y huellas a la vista de todo el mundo, menos de él. El niño colérico acumulaba cada vez más rencor contra todo aquello que le llevara la contraria y que le recordara que era un ser que no podia controlar la partida, no podia controlarlo todo. Seguia sin poder controlar su vida. Y el inexorable paso del tiempo le dejaba cada vez menos espacio.
El niño no entendia el juego. Sólo veía que cada vez tenia más adversarios, que cada vez estaban más cerca, que cada vez tenia menos espacio para maniobrar sus piezas y que la partida, su vida, se le escapaba entre sus dedos de una manera desconcertante. Y sin marcha atrás. En su orgía de intolerancia autodestructiva llegó a atacar a sus propias piezas (álfiles, caballos, peones) es decir, sus propios dones, rechazándolos por querer tener los dones de los demás. Las filas contrarias estaban consternadas: " el rey contrario mata a sus propias tropas". La huida hacia adelante abrió flancos enormes que permitieron la rápida invasión de las piezas del adversario. Cuando menos se dió cuenta, él, el rey negro, el rey de su vida, estaba cercado. Jaque.
En ese preciso instante, el niño vio a la muerte cara a cara. Una enfermedad grave le "despertó" de su fantasia: la partida tenia un final. El rey se habia quedado sólo ante la muerte, amenazado por un alfil del adversario. Pero el niño, en su frenética huida a ciegas, lejos de reconocer sus errores y pactar una salida airosa, se enrocó y se encerró en su castillo. Se quedó absolutamente solo. Expulsó de su vida a los pocos conocidos que le soportaban, simplemente porque no toleró que le dijeran que se habia equivocado. Creyó, neciamente, que a dicha fortaleza no llegaria la muerte. Peró llegó. Jaque mate. Cuando menos se dió cuenta, tenia frente a él al Rey, el Rey de vestiduras blancas. A Cristo. El Rey, un hombre bellísimo, le pidió la rendición. No habria condena de muerte, ni siquiera cárcel, por sus tropelías, por sus deslealtades, por sus delitos. Sólo la claudicación. ¡Estaba perdonado! Sólo tenia que firmar el armisticio y la absolución. Pero el niño autosuficiente, quemado hasta sus entrañas por sus culpas autodestructivas, rehusó la mano tendida del Rey. Por no ceder, subió desesperadamente a lo más alto de la torre de su castillo y, presa de su angustia y obcecación, resbaló entre dos almenas y cayó al vacío. Nunca llegó a saber que la partida no era una guerra, sino un aprendizaje cuya única misión era reconocer al Rey blanco al final de la partida. Y descansar para siempre en sus fuertes brazos.
Si esta historia que he contado parece demasiado irreal, puedes ver la siguiente experiencia personal de una mujer llamada Gloria Polo:
Murió, pero se le concedió una segunda oportunidad 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16
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