La tendencia natural de la persona es convertir su vida en este paisaje. Un mar plano, con un tiempo casi idílico, en el que nada se mueva, todo esté en calma y pueda pasar la vida sin sobresaltos. Pero esa pretensión choca con la realidad. Nuestra vida no es una playa del Pacífico como la de la foto. En nuestra vida se suceden todos los dias muchos contratiempos, como las olas que se suceden en cualquier mar...no tan idílico.
Sumergidos cada dia en las aguas de la cotidianeidad, vemos llegar ola tras ola. Unas más altas, otras menos, pero siempre, ante la vista de una nueva, emergen desde dentro de la persona fuerzas inconscientes que le empujan a hacer frente a cada ola. Desde bien pequeños hemos sido enseñados para hacer frente a las olas, pero hemos interpretado mal el sentido de "hacer frente". En vez de entender "aceptarlas" entendimos "resistirlas" Y ¿cuál es el resultado? Fracaso tras fracaso. En nuestro intento de resistirlas, una y otra vez las olas nos han tumbado y sumergido en las amargas aguas del mar. A fuerza de fracasos, se intensifica el miedo a las olas y proporcionalmente aumenta nuestro rechazo a ellas. Pero el implacable resultado, derrota tras derrota, acrecienta nuestro sentimiento de fracaso.
El error, pues, es resistirlas. La persona con sabiduria descubre que la solución es adentrarse en cada ola: una vez que esté delante de nosotros, sumergirnos bajo ella.
Este ejemplo lo escuché una vez cuando lo explicaba un catequista de adultos. Si lo ponemos en práctica, descubriremos que al llegar la ola no nos arrastra, sino que pasa por encima de nosotros. No nos derriba. Y tornamos a emerger a la superficie como si nada hubiera pasado. El problema es que no queremos zambullirnos en este mar salado, porque significa agacharnos ante la ola, como si el rebajarnos ante ella fuera una derrota. Pero la auténtica derrota es ser derribados por ella y acabar hundidos. El valor de aceptar las olas como vienen es descubrir que ellas tienen sentido. Que nos enseñan a ser conscientes de que nuestras fuerzas son limitadas y somos incapaces de torcer los acontecimientos. Que intentar modificar la realidad es quimérico, es una loca fantasía pretenciosa de un adulto que no dejó nunca de ser un niño crecido y soberbio. Cuando nos agachemos por primera vez ante una ola descubriremos que ahí radica nuestra fuerza, en aceptar las cosas tal como vienen y, sumergiéndonos en ellas, tornaremos a emerger hacia unas aguas tranquilas. Será un breve zambullido, probablemente traguemos un poco de agua salada, pero saldremos de ella.
Jesucristo nos dejó un ejemplo precioso en un acontecimiento en el lago Tiberíades, cuando la barca de los apóstoles empieza a zozobrar en medio de la tormenta (Mt 14, 22-33). Aquí el ejemplo de Pedro caminando sobre las aguas es mucho más simbólico todavía. Ante las aguas amenazantes, Jesús propone todo un programa de vida: no mirarse a sí mismo (a nuestra propia capacidad de resistir a los acontecimientos) sino mirarle fijamente a Él porque haciéndolo caminaremos sobre las aguas/adversidades. Sobre esta Palabra, el Papa Benedicto XVI ha hecho una interesante reflexión en el Angelus del 7 de Agosto de 2011
La conclusión en los dos ejemplos es la misma: no hacer frente a las adversidades con nuestras fuerzas limitadas, no luchar frontalmente contra las fuerzas amenazantes, sino aceptarlas como vienen y pasar bajo/sobre ellas. Si en cada pequeña adversidad y acontecimiento de cada día, por pequeño que sea, aprendemos a mirar fijamente a Jesús, sin desviar la mirada de Él, no mirando a nuestras fuerzas, cuando menos nos demos cuenta descubriremos que estamos caminando sobre las aguas. Y si nos sumergimos dentro de los acontecimientos, descubriremos detrás de ellos las aguas tranquilas que buscábamos. Y las nuevas olas que lleguen dejaran ya de ser una amenaza.
Jesucristo nos dejó un ejemplo precioso en un acontecimiento en el lago Tiberíades, cuando la barca de los apóstoles empieza a zozobrar en medio de la tormenta (Mt 14, 22-33). Aquí el ejemplo de Pedro caminando sobre las aguas es mucho más simbólico todavía. Ante las aguas amenazantes, Jesús propone todo un programa de vida: no mirarse a sí mismo (a nuestra propia capacidad de resistir a los acontecimientos) sino mirarle fijamente a Él porque haciéndolo caminaremos sobre las aguas/adversidades. Sobre esta Palabra, el Papa Benedicto XVI ha hecho una interesante reflexión en el Angelus del 7 de Agosto de 2011
La conclusión en los dos ejemplos es la misma: no hacer frente a las adversidades con nuestras fuerzas limitadas, no luchar frontalmente contra las fuerzas amenazantes, sino aceptarlas como vienen y pasar bajo/sobre ellas. Si en cada pequeña adversidad y acontecimiento de cada día, por pequeño que sea, aprendemos a mirar fijamente a Jesús, sin desviar la mirada de Él, no mirando a nuestras fuerzas, cuando menos nos demos cuenta descubriremos que estamos caminando sobre las aguas. Y si nos sumergimos dentro de los acontecimientos, descubriremos detrás de ellos las aguas tranquilas que buscábamos. Y las nuevas olas que lleguen dejaran ya de ser una amenaza.
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1 comentario:
hola paso visitándoles, bendiciones.
mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
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