LA SANTA PACIENCIA
Maties Prades
A todos nos ha conmovido la buena noticia de que 33 mineros chilenos hayan sido rescatados milagrosamente con vida de las entrañas de la tierra.
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La parábola de "los mineros rescatados" es la más actual que Cristo seguramente nos explicaría. En el silencio profundo de la mina, estos hombres nos interpelaban sobre las seguridades de nuestra sociedad opulenta construidas sobre la arena del dinero, y nos mostraban que la vida es frágil, que cualquier eventualidad nos puede hacer perder los papeles que estamos interpretando, que no hay muchas cosas imprescindibles, que el amor y la solidaridad salvan muchas vidas. El primer mensaje dirigido al exterior fue a una esposa, y terminaba así: Paciencia y fe. En la superficie se instalaron familiares y técnicos en salvamento en el llamado Campamento de la Esperanza. No hay imposibles para quien sabe trabajar y esperar.
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La Palabra del Señor, la Regla de San Benito, el ejemplo de nuestros mineros, la infinita paciencia de Dios, la fuerza de la Gracia...me dan confianza: podemos ser rescatados del pozo negro de las tinieblas del pecado, del mal que convive con el bien dentro de nosotros mismos. Cristo nos ha salvado por su muerte y resurrección. Salgamos a contemplar su Luz admirable. La familia, los hermanos en la fe y los compañeros en la búsqueda incesante nos ayudan desde el Campamento de la Esperanza, con las técnicas de salvamento: oración, solidaridad, misericordia, sacramento de la reconciliación, conversión y una infinita paciencia.
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La paciencia hay que aplicarla sobre todo con uno mismo, sin pretender llegar a ser lo que no podemos o a conquistar paraísos inexistentes. Si nos aceptamos, pacificamos nuestro corazón y nos lanzamos a mejorar lo que podemos. Ser pacientes con nosotros mismos implica ser conscientes de nuestras limitaciones y aceptarlas; implica saber que no somos perfectos, que cometemos fallos y que no está todo en nuestras manos.
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Cuando nos abandonamos en brazos de Dios, o nos sumergimos en su Amor, aprendemos a ser pacientes y esperarlo todo a su tiempo. A veces, liberados de nuestros deseos, por buenos que sean, aprendemos a ser agradecidos diciendo como el ciego: Creo, Señor (Jn 9, 1-40). Porque Dios nos ama por encima de todo y sabe lo que necesitamos. Si tenemos paciencia, comprenderemos que lo que deseamos, seguramente, no nos hace falta. Y aún cuando lo que deseamos sea bueno para nosotros, el hecho de ser pacientes hará que lo valoremos más, pues durante el tiempo de paciente espera nos preparamos a recibirlo con más plenitud.
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Si vemos claro que las acciones hostiles de los demás derivan de su propio sufrimiento, y no de la malicia ni de la antipatía, se nos hace más fácil prever y soportar su comportamiento. Todos llevamos las cicatrices del pasado, las heridas del presente y los miedos al futuro. Pero podemos ser compasivos y misericordiosos, como Dios lo es con nosotros (cf Lc 6,36). La verdadera paciencia cristiana pone fin a una cadena de comportamientos inaceptables. La paciencia pone fin al interminable ciclo de las mutuas heridas. La comprensión y el amor destruyen el mal. Apártate del mal y obra el bien, busca la paz y anda tras ella (Sal 33, 15)
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Aceptar las pruebas de la vida con paciencia no es conformismo ni resignación, es un encuentro muy profundo con Cristo resucitado que perdona, que sana nuestro corazón y purifica nuestra alma. ¿Qué esperan los otros de mí? Quizás que continúe amando y confiando a pesar de todo. Nuestro camino hacia la resurrección es un continuo morir al pecado y al egoísmo, y una progresiva toma de conciencia de que Dios en encontrado en muchas situaciones que a primera vista parecen absurdas.
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Extractos del artículo LA SANTA PACIENCIA, publicado en el número 11 de la revista Liturgia y Espiritualidad (Noviembre de 2010). Edita el Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona.
MATIES PRADES, presbítero, es monje de la abadía cisterciense de santa María de Poblet.
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