Hay veces en nuestra vida que determinados acontecimientos traumáticos aparecen bruscamente y los sentimos como un muro que se nos planta ante nuestras narices. A un milímetro de nuestro rostro. En un segundo, la vida se pone ante nosotros como un auténtico jaque a nuestro equilibrio emocional. Todo da vueltas a nuestro alrededor y sentimos un vértigo existencial, como si de repente hubieramos perdido nuestro lugar en el mundo. Todo queda fuera de nosotros. No puede ser. No puede ser que esta realidad que vivo ahora esté sucediendo. ¿Estoy soñando? No, es la cruda realidad. Es la dura, durísima realidad que me acompañará a partir de ahora y con la que me encontraré cada mañana cuando me despierte. A alguien de nuestra familia, o a nosotros mismos, le detectan un cáncer maligno que urgentemente hay que extirpar; alguien muy querido por nosotros ha padecido un accidente y se debate entre la vida y la muerte en la UCI de un hospital; la persona que te quiere te ha abandonado sin decirte ni una palabra...
Recientemente he vivido una situación como éstas, aunque el caso es diferente a los ejemplos que he citado. Cuando le expliqué mi experiencia a un sacerdote amigo mío, me dió la Palabra que yo necesitaba:
"Todas estas situaciones dramáticas que aparecen en nuestra vida van siempre acompañadas por una puerta pequeña y estrecha, en un lateral, que Dios ha puesto para que podamos entrar por ella. Es la puerta de la humildad" Es la salida pequeñita que nos obliga a agacharnos, a hacernos humildes y pequeños ante los acontecimientos, a reconocer que no controlamos nuestra vida, que todo está en manos de Dios y nosotros sólo podemos dejar que Él lleve nuestra existencia. Así, y sólo así, creceremos espiritualmente y no moriremos en ese sufrimiento. Habremos crecido de la mano de Dios, que permitió ese acontecimiento para salvarnos, para hacernos pequeños.
"Todas estas situaciones dramáticas que aparecen en nuestra vida van siempre acompañadas por una puerta pequeña y estrecha, en un lateral, que Dios ha puesto para que podamos entrar por ella. Es la puerta de la humildad" Es la salida pequeñita que nos obliga a agacharnos, a hacernos humildes y pequeños ante los acontecimientos, a reconocer que no controlamos nuestra vida, que todo está en manos de Dios y nosotros sólo podemos dejar que Él lleve nuestra existencia. Así, y sólo así, creceremos espiritualmente y no moriremos en ese sufrimiento. Habremos crecido de la mano de Dios, que permitió ese acontecimiento para salvarnos, para hacernos pequeños.
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran" Mt 7, 13-14
Meditando sobre estas cuestiones he recordado que el padre Ignacio Larrañaga tiene una catequesis sobre ello.
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Sumérgete en la ola" Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto" Jn 10, 9
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