La pasión de Cristo. Mel Gibson |
¿Somos conscientes cada día de que Cristo no sólo instituyó la Eucaristía sino que al hacerlo, Él mismo se convirtió en el Santo Sacramento, vivo y resucitado? ¿Y que cada día nos espera en Él?
Este plano cinematográfico muestra muy bien cómo la institución de la Eucaristía por Jesús en el Cenáculo es un Todo: Dios, que se hecho uno como nosotros, nos deja una parte de Él mismo, posiblemente la más importante, para que nos alimentemos de Ella para siempre. Yo me pregunto ¿podemos subsistir una semana sin comer nada? ¿Podemos pasar una semana sin ver a nuestro esposo/a/novio/a? ¿Nos sirve el recuerdo de nuestra última comida o encuentro, días atrás? No. Necesitamos alimentarnos y ver a los nuestros todos los días para no pasar hambre física ni falta del amor de los demás ¿Y por qué podemos pasar una semana sin Jesús sacramentado? "Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed" (Jn 6, 35b) Jesús vivo y resucitado se nos da todos los días. Él mismo nos ha dado el alimento que sacia de verdad ¿Dónde? En la Eucaristía. Ya no hay lugar para sentimientos del tipo "ojalá yo hubiera vivido en el tiempo de Cristo, para verlo siempre" Pues vives en el tiempo de Cristo, de Cristo resucitado, y está a tu alcance todos los días. En la Misa diaria.
Esta reflexión viene a cuento de un texto que he leído recientemente sobre la misa diaria y el valor de la cotidianedad de la Comunión:
"El santo obispo de Ginebra, y doctor de la Iglesia, Francisco de Sales (1567-1622) escribe: Haz, pues, todos los esfuerzos posibles para asistir todos los días a la Santa misa, con el fin de ofrecer...con el sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, tu Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como dice san Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha para el alma aportar devotamente sus afectos para un bien tan precioso y deseable! (Introducción a la Vida Devota, capítulo XIV)
No necesitan ninguna aclaración estas palabras de san Francisco de Sales; con palabras directas y contundentes nos manifiesta lo conveniente que es para nuestra vida la Misa diaria y los grandes beneficios que por ella podemos alcanzar; para el santo, toda la incomodidad que podamos sufrir es compensada con creces.
Por los evangelios sabemos que en la vida de Jesús no hay sólo grandes y solemnes acontecimientos: el bautismo en el Jordán, las visitas al templo de Jerusalén, los milagros, la muerte y la resurrección; hay también un largo vivir en el día a día: los treinta años de silencio y de vida en Nazaret, la predicación sobre todo por los caminos y aldeas de Galilea, las discusiones con los judíos...El misterio de la Pascua tiene significado y valor porque es la culminación de eses vivir día a día en el que se va preparando el contenido de la donación al Padre, la manifestación del amor sin medida.
La Misa no se celebra sólo en las grandes fiestas y solemnidades, se celebra también los días laborables y los domingos ordinarios de todo el año; celebrarla sólo en las grandes solemnidades sería como hacer un poco de teatro si no existiera la fidelidad de todos los días, las celebradas con un reducido grupo de fieles, y esas son las que marcan las decisiones y las perseverancias más arduas, obstinadas y dulces.
En la vida personal no sólo hay grandes fechas, hay largas etapas de normalidad que van construyendo la estructura de nuestra personalidad: agudeza de la inteligencia, responsabilidad, libertad, constancia, emotividad...en esa normalidad se va amando al Señor sin aspavientos, pero con el corazón vibrante y exultante, se va amando a los hermanos de manera auténtica, comprensiva, benévola, dispuestos a servir incluso cuando no se tienen ganas.
En la Misa, Jesús, muerto y resucitado, se hace presente entre los asistentes con todo su ser, con su muerte y resurrección, y quiere que compartamos con Él y ofrezcamos al Padre todo lo que pensamos, hacemos y experimentamos todos los días.
La Eucaristía diaria tiene, normalmente, un tono tranquilo y pacífico, debemos asistir a ella con el deseo de querer orar con tranquilidad y de dejarse empapar con sencillez de la presencia de Jesús en la Palabra y en la Eucaristía; es la llave que abre el misterio de nuestra existencia, es el momento álgido que nos rescata de la rutina diaria y de la banalidad. Entrar en ella es convertir nuestra vida en alabanza y gratitud al Padre por Cristo en el Espíritu"
MIGUEL GARCIA GADEA, presbítero (Benifató, 1935-Valencia, 2009) "El gran don de Dios" Edición de la Parroquia de la Epifania del Señor y de Santo Tomás de Villanueva de Valencia (2009)
En la Misa, Jesús, muerto y resucitado, se hace presente entre los asistentes con todo su ser, con su muerte y resurrección, y quiere que compartamos con Él y ofrezcamos al Padre todo lo que pensamos, hacemos y experimentamos todos los días.
La Eucaristía diaria tiene, normalmente, un tono tranquilo y pacífico, debemos asistir a ella con el deseo de querer orar con tranquilidad y de dejarse empapar con sencillez de la presencia de Jesús en la Palabra y en la Eucaristía; es la llave que abre el misterio de nuestra existencia, es el momento álgido que nos rescata de la rutina diaria y de la banalidad. Entrar en ella es convertir nuestra vida en alabanza y gratitud al Padre por Cristo en el Espíritu"
MIGUEL GARCIA GADEA, presbítero (Benifató, 1935-Valencia, 2009) "El gran don de Dios" Edición de la Parroquia de la Epifania del Señor y de Santo Tomás de Villanueva de Valencia (2009)
"Atención, hermanos; ¿dónde quiso que le reconocieran? En la fracción del pan. No nos queda duda: partimos el pan y reconocemos al Señor… Cuando el Señor hablaba con ellos, no tenían ni siquiera fe, puesto que no creían que hubiese resucitado, ni tenían esperanza de que pudiera hacerlo. Habían perdido la fe y la esperanza. Muertos ellos, caminaban con el vivo; los muertos caminaban con la vida misma. La vida caminaba con ellos, pero en sus corazones aún no residía la vida.
También tú, pues, si quieres poseer la vida, haz lo que hicieron ellos para reconocer al Señor. Lo recibieron como huésped… Dale hospitalidad si quieres reconocerlo como salvador. La hospitalidad les devolvió aquello de lo que les había privado la incredulidad. Así, pues, el Señor se hizo presente a sí mismo en la fracción del pan. Aprended dónde debéis buscar al Señor, dónde podéis hallarlo y reconocerlo: cuando lo coméis." SAN AGUSTIN (Sermón 235, 3)
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