He estado de vacaciones en Benasque y he podido meditar junto al rio Esera, en su curso alto, cerca de la cima de los Pirineos. He pensado: "qué lejos el curso hasta que estas aguas que pasan a mi lado lleguen a la desembocadura del Ebro, en el Mediterráneo. Cuánto recorrido para unas gotas de agua desde el deshielo en estas cimas próximas hasta que lleguen al mar"
He visto el curso del agua, a mi lado (en la foto) y he visto que las aguas no bajan tranquilas, calmadas, sino rápidas y vivaces, como en la juventud. En su camino se encuentran numerosos obstáculos (las rocas): unas veces las esquivan, pero otras las encaran y saltan o rompen sobre ellas y acaban cogiendo más velocidad en su camino curso abajo. Y he pensado: realmente es como la vida. Avanza tu vida y no paran de salir obstáculos, pero si los afrontas, probablemente salgas reforzado de ellos. Porque, no lo olvidemos, la meta final de estas aguas es el mar inmenso, el lugar del descanso. Si continúo con el paralelismo, el rio de nuestra vida acaba en el mar inmenso del cielo, el lugar del descanso después de tanta turbulencia.
Y he pensado: ¿y qué es de estas aguas que evitan las rocas y acaban buscando la orilla de los márgenes para evitar las turbulencias? Pues probablemente nunca lleguen al mar. Vivirán tranquilas, ciertamente. Siguiendo el paralelismo, llevaran una vida burguesa, plana, sin altibajos, pero acabarán pudriéndose cerca de los limos verdes de las orillas. Toda una catequesis, la de éste rio, una más de la Creación a través de la que Dios nos habla.
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