"El dolor reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. El dolor puede ser también el despertador de la fe"
Este texto resume perfectamente el sentido de este artículo del catedrático Ignacio Sánchez Cámara que ha publicado el diario ABC y que me ha sorprendido gratamente. Se trata de un texto que gira en torno al sentido del sufrimiento, del dolor como vía privilegiada de acercamiento del hombre a Dios. Pero, sobre todo, como "llamada" de Dios al hombre, una llamada muy elocuente, ineludible, difícil y plena de sufrimiento, pero llena también de gracias especiales en clave de Salvación. El texto está ilustrado con algunos fotogramas de la película "Tierras de penumbra", de Richard Attenborough, basada en la vida de C.S Lewis. Es, a mi entender, uno de los filmes que mejor refleja el contenido de este artículo.
EL GRITO DE DIOS
"El dolor es una de las más profundas y misteriosas experiencias humanas.
Ante el dolor, físico o espiritual, levantamos la vista hacia Dios. Y
solo esto ya otorga un gran valor al sufrimiento humano. Sin embargo, es
frecuente referirse al silencio de Dios ante el dolor de los inocentes,
ante los campos de exterminio, ante la muerte de los niños, ante la
enfermedad, la tortura y el hambre. ¿Por qué calló? ¿Por qué permitió?
¿Por qué calla? ¿Por qué permite? ¿Puede ser ese un Dios omnipotente y,
a la vez, absolutamente bueno? Dolor humano y silencio de Dios.
Tal vez la primera observación que quepa hacer consista en negar que todo sea malo en el sufrimiento. Miguel de Unamuno decía que en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos. Y Beethoven, creo que en la partitura de la Novena, escribió: «A la alegría por el dolor». Al final de la «Barcarola» de los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, se canta: «El amor nos hace grandes, y el llanto aún más». La verdad nos hace libres, y el dolor grandes. Nadie ha sido más grande que Jesús abandonado en Getsemaní y luego clavado en lo alto del Gólgota.
Tal vez la primera observación que quepa hacer consista en negar que todo sea malo en el sufrimiento. Miguel de Unamuno decía que en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos. Y Beethoven, creo que en la partitura de la Novena, escribió: «A la alegría por el dolor». Al final de la «Barcarola» de los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, se canta: «El amor nos hace grandes, y el llanto aún más». La verdad nos hace libres, y el dolor grandes. Nadie ha sido más grande que Jesús abandonado en Getsemaní y luego clavado en lo alto del Gólgota.
El
dolor ajeno nos mueve a la compasión, nos conmueve. El propio nos
modela. El dolor es la forja del alma. No se puede esculpir sin dar
golpes con el cincel. Cabría decir, parafraseando a Nietzsche, que un
hombre vale en la medida de la cantidad de dolor que es capaz de
soportar. Nada de esto significa que debamos buscar el dolor. No.
Debemos evitarlo. Es un mal, pero repleto de cosas buenas. El dolor es
un mal, pero sus consecuencias son casi siempre beneficiosas.
Santo Job. Leon Bonnat (1880) Louvre |
El
bien del hombre consiste en entregarse a Dios. Pero esto resulta
extraordinariamente difícil. Solo el bien puede proporcionar la
felicidad. Por eso la desgracia es tan frecuente. Los felices son
siempre pocos, pues pocos son los capaces de entregarse totalmente a
Dios. Escribe Lewis: «No somos meras criaturas imperfectas que deban ser
enmendadas. Somos, como ha señalado Newman, rebeldes que deben deponer
las armas. La primera respuesta a la pregunta de por qué nuestra
curación debe ir acompañada necesariamente de dolor es, pues, que
someter la voluntad reclamada durante tanto tiempo como propia entraña,
no importa dónde ni cómo se haga, un dolor desgarrador».
El
primer principio de la educación consiste en «quebrar la voluntad del
niño». Esto se puede hacer bien o mal, con suave firmeza o con sórdida
crueldad. Pero debe hacerse, pues sin ello no hay educación. El hombre
no se ve obligado a quebrar su voluntad para entregarla a Dios mientras
las cosas le van bien. El error moral viaja enmascarado y muchas veces
no lo advertimos. El dolor, por el contrario, es transparente, nos
asalta sin careta, nunca engaña. Nada apresa nuestra atención y absorbe
nuestra conciencia como el dolor; ni siquiera el amor.
Escribe Lewis: «El dolor no es solo un mal inmediatamente reconocible, sino una ignominia imposible de ignorar. Podemos descansar satisfechos en nuestros pecados y estupideces; cualquiera que haya obser vado a un glotón engullendo los manjares más exquisi-tos como si no apreciara real mente lo que come deberá admitir la capacidad humana de ignorar incluso el placer. Pero el dolor, en cambio, reclama insistentemente nuestra atención. Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. El hombre malo y feliz no tiene la menor sospecha de que sus acciones no “responden”, de que no están en armonía con las leyes del universo».
El
dolor puede ser también el despertador de la fe. Dice un personaje del
«Cuento de invierno» de Shakespeare: «Es necesario que despiertes tu fe.
Entonces todo queda en calma». En el fondo, la posibilidad de
perfeccionarse a través de las tribulaciones forma parte de la vieja
doctrina cristiana.
Es
cierto, como reconoce Lewis, que el dolor como megáfono de Dios puede
ser algo terrible y conducir a la rebelión definitiva y a la
desesperación, pero también puede ser la única oportunidad del malvado
para enmendarse y, por lo tanto, salvarse. San Agustín nos enseñó que el
alma solo puede ser feliz cuando descansa en Dios, porque Él nos ha
hecho para sí. En eso consiste ser criatura. Dice también san Agustín
que Dios nos quiere dar cosas, pero no podemos tomarlas porque tenemos
las manos llenas de otras cosas.
En este sentido el dolor es el manotazo
que nos arrebata lo que más queremos, pero para que podamos recibir lo
único que puede hacernos felices: la entrega total a Dios. Y esta
entrega total no es posible sin el dolor. Así, tenía razón Beethoven: «A
la alegría, por el dolor». Y si alguien piensa que todo esto es una
apología del dolor y del masoquismo, solo le pediría que pensara un poco
más.
Por
otra parte, imaginémonos un mundo sin dolor. Un mundo así se vería
privado de la mayor parte de las cosas buenas. Para empezar, sería un
mundo sin compasión y sin heroísmo, probablemente un mundo sin mérito
moral. Pensemos en acciones realmente ejemplares. ¿Cuántas de ellas se
habrían realizado en un mundo sin dolor? Como afirma Lewis, «el dolor
proporciona una oportunidad para el heroísmo que es aprovechada con
asombrosa frecuencia».
El
dolor no testimonia en contra de la bondad divina. A veces podemos
tener la impresión de que a Dios se le ha ido la mano y de que tal vez
hubiera bastado con una terapia más suave, pero para que tengamos las
manos vacías debe quitarnos todo o, al menos, lo que más amamos. Una vez
cumplida su función terapéutica, Dios nos puede devolver algo o mucho
de lo que teníamos, incluso todo. Pero entonces ya lo poseeremos de otra
manera, a la manera de la criatura, a la manera feliz. La ilusión de la
autosuficiencia humana solo puede quebrarse mediante el sufrimiento. El dolor es el último recurso de Dios para hacernos verdaderamente felices, es decir, buenos y sabios, y salvarnos. El dolor es el grito de
Dios" IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA es catedrático de Filosofia del Derecho. Artículo publicado en La Tercera de ABC el 6/07/2014.
ENLACES RELACIONADOS:
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Etty Hillesum, el cielo en medio del Holocausto
Disparando a perros. La misión. Dios está aquí
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Análisis de Tierras de penumbra
El árbol de la vida. El regreso a Dios
"El Hijo de Dios sufrió hasta morir, no para que los hombres no sufrieran, sino para que sus sufrimientos pudieran ser como los Suyos" GEORGE MACDONALD. Unspoken Sermons. Cita del prefacio de El problema del dolor, de C.S Lewis.
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