EL CIELO NOS HABLA EN MEDJUGORJE
"Yo he venido a llamar al mundo a la conversión por última vez" ( 2/05/1982)
"Queridos hijos: orad conmigo para que todos vosotros tengáis una vida nueva. En vuestros corazones, hijos míos, sabéis lo que hay que cambiar: regresad a Dios y a sus mandamientos para que el Espíritu Santo pueda cambiar vuestras vidas y la faz de esta tierra, que necesita de una renovación en el Espíritu" Mensaje del 25 de mayo de 2020.

El pecado original: el primer engaño


Hace tiempo encontré un análisis muy interesante del pasaje del Génesis sobre el pecado original de Adán y Eva. Lo incluyó el entonces profesor Joseph Ratzinger en su Introducción al Cristianismo. Me llamó especialmente la atención el engaño que padeció el primer hombre sobre el carácter de Dios. Y que, en definitiva, es lo que padece toda persona en la que entra el pecado: la tendencia al aislamiento, no por el sentimiento de culpa, sino por la acción del mismo pecado. El mismo Ratzinger escoje en su obra un pasaje de Louis Evely para explicarlo:

"Toda la historia de la humanidad ha quedado extraviada, rota, porque Adan se hizo una falsa idea de Dios. Queria ser como Dios. (...) Creyó que Dios era un ser independiente, autónomo, suficiente y, para ser como él, se rebeló y desobedeció.

Pero cuando Dios se ha revelado, cuando Dios ha querido mostrarse tal como es, se ha revelado como amor, como ternura, como efusión de sí, como infinita complacencia en el otro, como unión indisoluble, como dependencia. Dios se reveló obediente, obediente hasta la muerte.

Creyendo ser como Dios, Adán se diferenció totalmente de él. Se atrincheró en su soledad y, sin embargo, Dios no era más que comunión" L. Evely, Nuestro Padre. 1969

Posteriormente busqué en el Catecismo de la Iglesia Católica más detalles sobre esta cuestión. Y los encontré en el artículo 399:

"La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf Rm 3, 23). Tienen miedo del Dios (cf Gn 3, 9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerogativas" Catecismo de la Iglesia Católica En el Catecismo encontramos más referencias a ese distanciamiento cuando describe el pecado: "El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones" (artículo 1850) Es muy interesante el análisis que de este artículo y el precedente hace monseñor Jose Ignacio Munilla en su programa de Radio Maria:






El bellísimo fresco de la expulsión del paraíso de la Capilla Sixtina que pintó Miguel Angel Buonarroti y que encabeza esta nota muestra a Adan y Eva dejando atrás el Paraíso anteponiendo sus brazos para alejarse del temor de Dios. Posiblemente el artista se inspiró en parte en el fresco que 50 años antes habia pintado Massacio en la capilla Brancacci de Florencia, en 1425 (izquierda). Éste, a su vez, se inspiró en las trazas naturalistas que ya tenian las figuras del fresco que tenia enfrente, pintado por Masolino (derecha)








"El hombre se perdió por primera vez a causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amado y hubiese antepuesto a Dios a sí mismo, hubiese estado siempre sometido a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de él. Amarse a uno mismo no es otra cosa que querer hacer la propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte, no amándote" SAN AGUSTIN Sermón 96, 2

Los niños pobres se quedan sin mamás. El valor del trabajo en el hogar


Me han enviado una interesante reseña de un estudio que muestra cómo la emigración de mujeres de paises pobres hacia paises ricos donde trabajan cuidando familias deja abandonados a miles de hijos abocados al fracaso. Y recoge los últimos estudios sobre el valor del trabajo y el cuidado doméstico. La reseña se titula Un transplante de corazón global, y está escrito por María Pía Chirinos:

Hay temas que pueden provocar inicialmente rechazo por parecer estereotipados (reivindicaciones feministas), manipulados (la inmigración) o incluso menospreciados (el trabajo doméstico). Pero su mezcla puede ser explosiva, porque pone de manifiesto algo que rara vez aparece en los debates sobre la inmigración: el cuidado de los niños y de los mayores en las sociedades del Primer Mundo a menudo se hace a costa de mujeres inmigrantes que dejan de cuidar a sus propios hijos en el país de origen.
Es la denuncia de Arlie R. Hochschild en su reciente obra traducida al español, La mercantilización de la vida íntima (1), donde delata un nuevo colonialismo: la extracción oculta de un abundante oro, el del cuidado, que las mujeres del Tercer Mundo llevan a cabo con su trabajo doméstico en casas de sociedades capitalistas. Y es que, a diferencia de las migraciones anteriores, la actual ha adoptado un rostro femenino y representa hoy en día alrededor del 51% de los inmigrantes en los países de la OCDE. Millones de mujeres abandonan su hogar y sus hijos, para trabajar a miles de kilómetros de sus tierras y dedicarse al cuidado de hijos ajenos, cuyas madres han optado por acceder al mercado laboral. Hochschild, una de las voces más destacadas de la sociología norteamericana, en general, y del feminismo de la “segunda ola”, en particular, lo explica con una lograda metáfora: estamos frente a un “transplante de corazón global” (Global Heart Transplant: GHT).
Los que quedan atrás
Aunque la obra dedica varios ensayos a temáticas relacionadas con el cuidado ( y siempre dentro del sistema capitalista estadounidense ), es la parte cuarta la que más interés ha suscitado en muchos ámbitos feministas. Por un lado, el trabajo de cuidar a otras personas se asocia cada vez más con la sensación de "atascamiento", de quedarse fuera del ámbito público, sobre todo para la mujer. Por otro, Hochschild ve imprescindible suscitar una revolución social y de pensamiento para revalorizar "el cuidado de otras personastanto como el éxito en el mercado" (p.21)
¿Una utopía para nuestro tiempo? La dificultad es patente cuando se piensa en que el Primer Mundo acepta este transplante de corazón global sin muchos reparos: es la solución para paliar la amenaza del envejecimiento y promover más población económicamente activa (es decir, más madres que opten por trabajar fuera de casa). Obviamente, esta postura se defiende con razones humanitarias: gracias a estos trabajos, las familias del Sur reciben más remesas de dinero, mejoran la educación y la salud de sus hijos, etc. Además, no se trata de una fuga de cerebros sino de una fuga de mano de obra barata (aunque, de hecho, estas mujeres cuenten a veces con estudios universitarios, pero del Tercer Mundo…).

No obstante, si observamos un caso concreto, estas justificaciones dejan de serlo. Tomemos, por ejemplo, la inmigración ecuatoriana en España (similar a la filipina en Estados Unidos, tratada por Hochschild). Al flujo migratorio de mujeres de ese país que dejan atrás a sus hijos, ha seguido el aumento de suicidios juveniles; siete de cada diez niños dejan sin acabar la educación básica y, por si fuera poco, los embarazos no deseados entre adolescentes aumentan cuando los padres son sustituidos por los abuelos. Queda claro que el cuidado que el Norte extrae deja un vacío en los países del Sur difícil de llenar y para el que no tienen recursos morales.
Contradicción del feminismo primitivo
Pero simplificar el problema y caer en un maniqueísmo geográfico que acusa al Norte como el malo y defiende al Sur como el bueno, sería otro error. Hace más de un siglo, por poner un ejemplo, italianos, chinos y japoneses llegaban a América del Sur; hoy en día el flujo parece el contrario. Y es que el inmigrante busca un país rico, donde haya empleo, porque el problema del que huye –la verdadera injusticia– es la pobreza en la propia nación, que suele ir acompañada de corrupción y mala administración, así como de falta de oportunidades. Es sabido que no pocas veces los gobiernos se resisten a los mecanismos establecidos para la condonación de la deuda, porque no aceptan que se les exija invertir en educación y salud, y continúan con gastos en armamento y burocracia.
Pero dejando esto claro, el punto aquí es otro. Si seguimos con la metáfora del transplante de corazón global, vemos a la mujer inmigrante y pobre, corazón del hogar, que se inserta dolorosamente en una realidad social capitalista, y se dedica a hijos y ancianos ajenos, a cambio de sueldos altos pero no lo suficiente como para facilitarle viajes para reunirse con sus propios hijos. El punto por tanto es una escandalosa contradicción del feminismo primitivo: ¿cómo justificar la demanda de servicio doméstico en países desarrollados que lo necesitan porque sus mujeres lo han abandonado? Por eso, la crítica de Hochschild es lapidaria: “que dos mujeres trabajen por un salario es algo bueno, pero que dos madres renuncien a todo por el trabajo es algo bueno que ha ido demasiado lejos” (p. 74).
Ética del cuidado
Claramente, ese ir demasiado lejos debe achacarse primero al feminismo primitivo (no tanto a la mujer inmigrante, forzada muchas veces por las circunstancias y dispuesta a sufrir por su familia). La lucha del feminismo por una igualdad centrada en el poder económico y, por tanto, centrada también en el acceso al mundo laboral, asumió como por ósmosis elementos negativos del capitalismo y del individualismo liberal que el sistema ya tenía. En lugar de humanizar a los hombres, el feminismo materializó a las mujeres; y en vez de conseguir que el hombre participase más en la familia, se desvalorizó el contexto –la casa con sus trabajos– que lo hubiera permitido.
Poco a poco se ha visto que el campo de batalla no se encuentra en Wall Street sino en los barrios residenciales de Manhattan; y que el arma letal es aparentemente inofensiva: el valor que recibe el cuidado. Sin embargo, el nuevo feminismo ha descubierto esta contradicción y ha levantado la voz. Frente a una concepción del hombre y de la mujer como seres estrictamente racionales, autónomos e independientes, ha promovido la Ética del cuidado. Cuidar implica siempre una actitud de preocupación por parte de quien cuida y una situación de fragilidad por parte de quien es cuidado. Ahí donde aparece una carencia –y es preciso dejar claro que nos referimos también a carencias corporales y cotidianas–, ahí cabe una respuesta de cuidado, una respuesta humana, por más que también haya una respuesta técnica. No somos ni super-hombres ni super-mujeres; somos vulnerables y necesitamos del cuidado de los demás para nuestro desarrollo como personas. El GHT desvela precisamente esto.
En este contexto, el hogar, la casa, pueden constituir la red primaria social y la fuente de humanización de todo ser humano, siempre y cuando se fomenten las actividades de cuidado que las refuercen. Actos en común como las comidas en familia, tareas materiales como cocinar, limpiar, decorar, etc., constituyen un servicio directo a la persona no sólo en su dimensión corporal, sino también cultural e incluso espiritual. Por eso, si esta red se rompe –como es el caso de las mujeres inmigrantes, privadas del contacto directo con sus hijos–, se rompen también elementos esenciales de nuestra identidad. Algunas soluciones de Hochschild para evitar esa ruptura resultan muy conocidas: la ayuda masculina en el hogar, políticas laborales familiares… Pero la más radical y difícil no deja de ser esta: “la adjudicación de honor social al trabajo de cuidar” (p. 213).
La mente y la mano
Las mujeres del Norte lo saben muy bien, aunque sea en forma de insólito tabú de nuestra cultura posmoderna: necesitamos del cuidado ordinario. Lo que en cambio muchas ignoran es que ese tabú es un prejuicio de esa misma cultura, que define lo humano desde el paradigma de lo racional. Por esto, la revolución que propone Hochschild debe ser también una revolución de pensamiento: o se defiende el carácter racional y libre ( humano ) y relacional ( social ) de las tareas manuales y cotidianas y la necesidad que tenemos de ellas, o difícilmente se ganará la batalla. Obras recientes han comenzado a exponer esta posición, entre ellas las de Richard Sennet (2) y Matthew Crawford (3).
La obra de Sennett, El artesano, se decanta por unas tesis sumamente humanas: saber hacer bien las cosas y hacerlas por el propio placer de hacerlas bien, es una regla de vida simple y rigurosa que ha permitido el desarrollo de técnicas muy refinadas. Carpinteros, joyeros, fabricantes de instrumentos musicales han unido siempre sus conocimientos a la habilidad manual en una simbiosis de mente y mano que ha reforzado la sinergia entre teoria y práctica. Los ejercicios manuales repetitivos se constituyen en fuente de conocimiento; es más, poseen un carácter terapéutico, que cura una enfermedad muy extendida en nuestra cultura: el afán de perfeccionismo con el que la técnica nos engaña.
Por su parte, Crawford afronta el mismo tema desde principios clásicos y aristotélicos. Además de filósofo, es un orgulloso mecánico reparador de motos, convencido de la intrínseca relación entre cerebro y mano, de la racionalidad práctica presente en el hacer, de su dimensión ética y de su valor para regenerar una cultura narcisista centrada en el yo.
En ambos casos, la defensa de los trabajos manuales aparece como un reto para nuestra cultura racionalista (que identifica lo humano con la razón abstracta), para nuestra sociedad capitalista (que absolutiza el valor económico del producto) y para nuestra existencia individualista (que rechaza toda dimensión de servicio). Ni hay que confundir humano con racional, ni conocimiento con teoría. Hay muchos modos de conocer: el manual lo es también y se presenta con frecuencia como un conocer escondido, difícil de transmitir pero no por ello inexistente o inhumano.
La apología del trabajo manual y, más en concreto, del cuidado cotidiano no debería ser una causa perdida: nuestras necesidades corporales merecen una respuesta racional, libre y empática, con un planteamiento que bien puede ser denominado también “profesional”. Es un reto improrrogable de nuestra cultura. Lo saben muy bien las feministas: las de la primera generación, que contratan a madres inmigrantes para cuidar a sus hijos, y las de la segunda que denuncian este transplante de corazón global. Buen tema para reflexionar.
María Pía Chirinos es investigadora en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma).
NOTAS
(1) Arlie R. Hochschild, La mercantilización de la vida íntima. Apuntes de la casa y el trabajo. Katz Editores. Buenos Aires-Madrid (2008). 386 págs. Traducción: Lilia Mosconi.
(2) Richard Sennet, El artesano. Anagrama. Barcelona (2009). 363 págs. Traducción: Marco Aurelio Galmarini.
(3) Matthew Crawford, Shop Class as Soulcraft. Penguin. New York (2009). 256 págs. Se está preparando la traducción al castellano.
(4) Se puede también leer los párrafos dedicados a este tema en la última encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate, nn. 62-63

Hay un artículo interesante en Aceprensa: "Los niños quieren que sus padres les dediquen más tiempo"

Y se puede ver un interesante video que incorpora este blog: La mujer invisible

La ciencia abierta a la fe conduce a la Verdad


"Los Magos eran sabios, que escrutaban los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia en sentido amplio, que observaban el cosmos considerándolo casi un gran libro lleno de signos y de mensajes divinos para el hombre. Su saber, por tanto, lejos de considerarse autosuficiente, estaba abierto a ulteriores revelaciones y llamadas divinas. De hecho, no se avergüenzan de pedir instrucciones a los jefes religiosos de los judíos. Podrían haber dicho: actuamos por nuestra cuenta, no necesitamos a nadie, evitando, según nuestra mentalidad actual, toda "contaminación" entre la ciencia y la Palabra de Dios. En cambio, los Magos escuchan las profecías y las aceptan; y, en cuanto se vuelven a poner en camino hacia Belén, ven nuevamente la estrella, casi como confirmación de una perfecta armonía entre la búsqueda humana y la Verdad divina, una armonía que llenó de alegría su corazón de auténticos sabios (cf. Mt 2, 10)





Un último detalle confirma, en los Magos, la unidad entre inteligencia y fe: es el hecho de que "avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino" (Mt 2, 12). Lo natural hubiera sido volver a Jerusalén, al palacio de Herodes y al Templo, para proclamar su descubrimiento. En cambio, los Magos, que han elegido como su soberano al Niño, lo protegen en el ocultamiento, según el estilo de María, o mejor, de Dios mismo y, tal como habían aparecido, desaparecen en el silencio, satisfechos, pero también cambiados por el encuentro con la Verdad. Habían descubierto un nuevo rostro de Dios, una nueva realeza: la del amor. Que la Virgen María, modelo de verdadera sabiduría, nos ayude a ser auténticos buscadores de la verdad de Dios, capaces de vivir siempre la profunda sintonía que hay entre razón y fe, entre ciencia y revelación" (Benedicto XVI, durante el rezo del Ángelus el 6 de Enero de 2010)


Esta vivencia de los Sabios Magos la han vivido durante siglos muchos científicos. Hoy en dia encontramos una de las mejores muestras en Francis Collins, que vive en primera persona su experiencia personal de Dios a través de sus investigaciones científicas (Francis Collins. Entrevista a Beliefnet)


"Creo que los científicos creyentes somos los más afortunados. Tenemos la oportunidad de explorar el mundo natural durante un momento en la historia en que los misterios se están revelando casi a diario. Podemos percibir el esclarecimiento de esos misterios desde una perspectiva que descubre la grandeza de Dios. Esa es una forma de adoración maravillosa. Acepto la posibilidad de que la ciencia no esté preparada para resolver algunas preguntas del mundo natural, los por qué en lugar de los cómo. Pero yo hallo esas respuestas en el mundo espiritual. Eso no compromete mi capacidad de pensar con el rigor de un científico".

Francis Collins: Dios se puede encontrar en un laboratorio. Entrevista de Jon M. Sweeney

Científicos abiertos a la fe

Documentos de la Iglesia sobre Ciencia y Fe

Encíclica Fides et Ratio

Venid a ver cuánto os amo


"Algunos comentaristas hacen notar que los pastores, las almas sencillas, han sido los primeros en ir a ver a Jesús en el pesebre y han podido encontrar al Redentor del mundo. 

Los sabios de Oriente, los representantes de quienes tienen renombre y alcurnia, llegaron mucho más tarde. Y los comentaristas añaden que esto es del todo obvio. En efecto, los pastores estaban allí al lado. No tenían más que «atravesar» (cf. Lc 2,15), como se atraviesa un corto trecho para ir donde un vecino. Por el contrario, los sabios vivían lejos. Debían recorrer un camino largo y difícil para llegar a Belén. Y necesitaban guía e indicaciones. Pues bien, también hoy hay almas sencillas y humildes que viven muy cerca del Señor. Por decirlo así, son sus vecinos, y pueden ir a encontrarlo fácilmente. Pero la mayor parte de nosotros, hombres modernos, vive lejos de Jesucristo, de Aquel que se ha hecho hombre, del Dios que ha venido entre nosotros. Vivimos en filosofías, en negocios y ocupaciones que nos llenan totalmente y desde las cuales el camino hasta el pesebre es muy largo. Dios debe impulsarnos continuamente y de muchos modos, y darnos una mano para que podamos salir del enredo de nuestros pensamientos y de nuestros compromisos, y así encontrar el camino hacia Él. Pero hay sendas para todos. El Señor va poniendo hitos adecuados a cada uno. Él nos llama a todos, para que también nosotros podamos decir: ¡Ea!, emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta. La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a ver que yo estoy aquí" (Benedicto XVI. Homilia de la Misa de Nochebuena. 24 de Diciembre de 2009)

  "Tras la equivocación que supone buscar a Dios en un palacio, la luz de la estrella vuelve a brillar con su luz inconfundible, y ellos se llenaron de inmensa alegría, como niños perdidos que reencuentran el camino hacia el hogar. Al llegar a Belén, la realidad de pobreza y el encuentro con aquella extraña familia debió resultar desconcertante. Sólo el camino recorrido durante todo este tiempo, desde que salieron de Oriente, pudo hacer de ellos hombres humildes, capacitados para entender que el verdadero Dios era un Niño. Necesariamente, tuvieron que hacerse pequeños para reconocer al verdadero Rey en su verdadero Reino" Rafael Belda Serra. Se hicieron niños para ver a Dios. Alfa y Omega, número 767

La mujer invisible

Anawim, los Pobres de Yahveh


Cuando conocí su significado, me fascinó. Los Pobres de Yahveh, los Anawim. Hasta ese momento sólo entendia el concepto como un calificativo personal. Pero al descubrir que realmente eran una pequeña porción del pueblo de Israel, los pequeños, en los que Dios se fijó para que naciera su hijo, la cosa cambió.

Se trata de un pueblo del que ya habla el profeta Isaías: "Aquel día no volverán ya el resto de Israel y los bien librados de la casa de Jacob a apoyarse en el que los hiere, sino que se apoyaran con firmeza en Yahveh. Un resto volverá, el resto de Jacob, al Dios poderoso. Que aunque sea tu pueblo, Israel, como la arena del mar, sólo un resto de él volverá" (Is 10, 20-22a) También lo hace Sofonías: "Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahveh se cobijará el Resto de Israel. Se apacentarán y reposarán sin que nadie los turbe" (So 3, 12.13b)

A este pueblo pertenecia Maria, madre de Jesús, quien de bien pequeña recibió la fe de sus padres en un Mesias que naceria entre los pobres como ella. "Algo dentro de mí me decia que el Señor estaba esperando una palabra mía. Se la di en seguida y le dije que si Él queria enviar un Mesias que no iba a ser como casi todos esperaban, que por mi parte me daba lo mismo" (El evangelio secreto de la Virgen Maria, Santiago Martin)

"Maria toma la actitud típica de los Pobres de Dios: llena de paz, paciencia y dulzura, toma las palabras, se encierra en sí misma, y queda interiorizada, pensando: ¿Qué querrán decir estas palabras? ¿Cuál será la voluntad de Dios en todo esto?" (El silencio de Maria. Ignacio Larrañaga)

Sobre esta cuestión también he visto análisis interesantes en Iglesia.cl Mercabá Parrochie y en Canal social

El cuarto Rey Mago


He vuelto a ver "El cuarto Rey Mago" y sigo pensando que es una pequeña joya por la calidad escondida en una película sencilla y prácticamente desconocida. La película es la imagen de la Palabra recogida en Mt 25, 35-40 y que se resume en el último de estos versículos: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"

La película está basada en el cuento navideño "El otro Rey Mago", escrito en 1896 por Henry Van Dyke, teólogo presbiteriano estadounidense. La historia, pues, no es canónica. Narra la historia de un personaje ficticio, Artaban, un mago persa que vende todo lo que tiene para irse en busca del Mesias que va a nacer. Los demás magos de su entorno lo consideran una chaladura pero su padre le da su bendición: "Se fiel a ti mismo", le dice.

Y con tres piedras preciosas encima, un jaspe, un rubí y una perla, va al encuentro de los otros tres reyes magos, que le esperan en el zigurat de Borsippa para ir a adorar al Mesias. Pero llega tarde. Y no le han esperado. Y toda su historia es ésta: siempre llega tarde para poder ver a Jesús.

Le acompaña un esclavo, Orontes, que recuperará su libertad cuando su amo vuelva a casa después de la travesia, tal y como le prometió el padre de Artaban. Artaban vende el jaspe para comprar una caravana de camellos con la que poder atravesar el desierto. Mientras, Orontes, se pasa toda la travesia metiendo prisa a su amo para que no se retrase. Pero Artaban, que es un hombre de sabiduria, sabe que los acontecimientos que le salen al paso estan hechos para él, y que no debe evitarlos. Así, socorrerá a un moribundo en el desierto, salvará al hijo de una mujer que los soldados de Herodes iban a matar en Belén ofreciendo el rubí a un capitán. Y se pasará 30 años en medio de una comunidad de leprosos y pobres que encuentra en el desierto, atendiéndolos médicamente y ayudándoles a progresar enseñándoles a cultivar. En sus últimos años allí rechaza el ofrecimiento de un mago persa amigo suyo que le ofrece sumarse a sus caravanas comerciales que van a Judea, en las que está ganando mucho dinero. El otro también le recrimina haber perdido 30 años de su vida para nada y no haber estado con su padre en el lecho de muerte. Pero Artaban no cede a esas tentaciones de reconocer su "errror" y su "culpa".

Ya anciano, cuando ya ha desistido de buscar al Mesias, Artaban decide dejar libre a Orontes y éste, al llegar a Jerusalen, ve al Mesias. Y vuelve de nuevo a ver a Artaban para decírselo. Van juntos a Jerusalen pero llegan a cada uno de los Santos Lugares poco después de que Jesús haya estado allí. Ya agotado, cuando no ha podido alcanzar a Jesús cuando caminaba con la cruz a cuestas camino del Calvario, dará su perla a un soldado que tenia prisionera a la hija de un mago amigo suyo y gracias a ello la liberan.

Artaban sólo podrá escuchar, de lejos, las últimas palabras de Cristo en la cruz. Moribundo y apesadumbrado, vuelve a su casa. Y es entonces cuando se encuentra con Jesús resucitado, que le dice que ha recibido sus presentes. ¿Cómo? Ayudando a los otros, aun sabiendo que le hacia retrasarse en su búsqueda del Mesias. Porque Él estaba allí (Mt 25, 40)

Artaban es un hombre profundamente convencido de la profecia de Isaías que habla de un Mesias. Esa fe en el Mesias es la que le permite hacer esas buenas acciones con los demás, y no sus buenos sentimientos. Es la que le permite vencer las tentaciones de Orontes para no detenerse a ayudar a los demás; vence a las tentaciones para apresurarse a ver al Mesías y que Orontes vuelva libre a casa y a las tentaciones de echar la toalla por no haber visto el fruto de su esfuerzo y el sentimiento de culpa (la muerte de su padre sin él)

A pesar de esas tentaciones, el persistirá en su búsqueda. Y finalmente el Mesias le visitará personalmente. Además, su fe en el Mesias será la que lleve a un ciego de su comunidad de pobres a buscar a Jesús en Jerusalen, quien finalmente recobra la vista gracias a un milagro de Jesús.

La película ayuda mucho a reflexionar. ¿Veo yo a Jesús todos los dias? ¿Lo veo en los pobres y en los que me piden ayuda cada dia? ¿Hago algo por Él? ¿Lo busco con la fe y la persistencia de Artaban? ¿Lo adoro?

El Cuarto Rey Mago from www.iglesiaoasisdepaz.org on Vimeo.

Dios niño, la "guerra" de Navidad

"El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios" (Is 52,10)

Me han enviado un artículo de Juan Manuel de Prada en el que, a partir de una cita de Chesterton, elabora una interesante descripción del Nacimiento de Jesús como la "guerra" declarada al mundo de las tinieblas. Este es el texto:

"Recordaba Chesterton que la Navidad es una guerra sin cuartel: «Las campanas que celebran el nacimiento del Niño suenan como cañonazos». Este sentido guerrero de la Navidad ha sido bobaliconamente eludido, primero por los propios cristianos, que han querido convertirla en una fiesta pánfila y merengosa, olvidando su sentido teológico más profundo; y, por supuesto, este olvido ha sido aprovechado por los falsificadores de la Navidad, que quieren a la gente cloroformizada y pacífica, náufraga en un océano de calma chicha, de sosiego tontorrón, de paz lobotomizada. «Calma», «sosiego», «paz» son las palabras que se repiten, con obstinación maniática, en los letreros luminosos que iluminan la madrileña calle de Velázquez, que son algo así como el ensalmo hipnótico que los falsificadores de la Navidad lanzan a la multitud cretinizada, mientras ellos la celebran a su manera. Y la manera en que la celebran es la misma en que la celebró Herodes.

Y es que la Navidad es una subversión del universo; y toda subversión es un trastorno de las jerarquías establecidas. Quien mejor lo entendió fue Herodes, que de repente sintió que los cimientos de su palacio se tambaleaban, removidos por el nacimiento de aquel misterioso rival que había venido a arrebatarle el cetro; y respondió a la provocación con la ira de un monarca desposeído. Pero la ira de Herodes es trasunto de la ira de otro monarca de rango superior, aquel que en el Génesis se nos había pintado bajo la figura de una serpiente. Este monarca disfrutaba de su posesión con pacífico deleite: había conseguido que la criatura predilecta de su enemigo, a la que le había sido concedido el dominio de la Creación, se manchara con los apetitos más sórdidos y despreciables, entregándose a la traición de los nobles ideales que le habían sido esculpidos en el corazón por la mano divina. Y, de repente, esa criatura envilecida por el pecado se convertía en recipiente divino. ¿Cabe concebir mayor subversión? ¡Dios reafirmaba su alianza con el hombre adoptando su figura, Dios se rebajaba a habitar en ese nido de inmundicias que la serpiente creía haber contaminado para siempre! Y, además, no lo hacía bajando en gloria y majestad del cielo, ni adoptando una forma vagamente antropomórfica, como ocurría en las mitologías paganas, sino que se gestaba en el vientre de una mujer, se amamantaba en los pechos de una mujer, se cobijaba aterido e inerme en el regazo de una mujer. La nueva alianza de Dios con el hombre, que se sella en la Cruz, se inicia en el vientre de una mujer; y el vientre de la mujer se convierte, desde entonces, en el epicentro de una guerra sin cuartel que se inicia el día de Navidad y que se mantendrá hasta el fin de los tiempos, cuando la monarquía de la antigua serpiente sea derribada de un soplo: «Pongo eterna enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya».

Cada vez que un niño es concebido, se rememora aquella nueva alianza que Dios entabló con los hombres; cada vez que un niño es concebido se tambalean los cimientos del palacio donde mora Herodes. Y la guerra que se declaró en la noche de Navidad, cuando Dios osó arrebatar a su Enemigo un territorio que éste creía conquistado para siempre, es la misma guerra que se sigue desenvolviendo ante nuestros ojos, a poco que apartemos las legañas de la «calma» y el «sosiego» y la «paz» con que los falsificadores de la Navidad pretenden entorpecer nuestra visión. Herodes sigue celebrando la Navidad combatiendo la descendencia de la mujer en su propio vientre; y se vale de leyes inicuas que reafirman su mandato. La guerra de la Navidad se sigue cobrando inocentes; y las campanas que celebran el nacimiento de Dios resuenen en la noche como cañonazos, desafiando el poder de las tinieblas".

El artículo lo publica ABC en su edición del 21/12/2009